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Cómo hacer algo
Sobre la trend que invita a desconectar de las redes y aprender a leer sin tergiversar a Jenny Odell

Existe un libro que para mí no es como los demás. Es casi ya como una parte de mí, porque está integrado en mi manera de mirar al mundo. Hablo de él de otra manera y, además, llevo seis años sin dejar de hacerlo. Mis mejores amigas lo padecen, ya casi he conseguido que se lo lean todas. Ese libro es Cómo no hacer nada, un ensayo en el que la artista y escritora californiana Jenny Odell realiza una crítica aguda y respaldada desde el ámbito de la filosofía, —pero elaborada desde la actividad cotidiana y honesta de la mera observación del entorno—, a aquello que ella denomina la economía de la atención.
La economía de la atención es esa voz chillona que se ha colado en nuestras cabezas y nos reclama desde el interior del bolsillo. Esa pantalla que te pide que la mires, que la toques, que no dejes de mirarla. No es ningún secreto (podéis leer a Ben Tarnoff si queréis conocer todo el trasfondo) que la obsesión por el data en el sector de la comunicación digital de momento no es más que una burbuja, que sigue atrayendo a inversores a pesar de que todavía ningún tiburón de Silicon Valley ha conseguido fichar al genio informático que lo transforme en un negocio que genere rentabilidad. Al final, gigantes como Meta intentan salvar sus escandalosas pérdidas de la misma manera que lo hacían los medios decimonónicos: con publicidad. Y para maximizar los ingresos por publicidad, el diseño de la app tiene que conseguir que pasemos mucho tiempo en redes sociales como Instagram. No hay más ciencia en esta realidad, aunque esté muy enmascarada por ese lenguaje técnico y opaco que nos invita a pensar que no tenemos ni idea de tecnología.
Enfrascados en el concurso de popularidad que plantea el reto de la marca digital o bien incapaces de levantar la losa del doom scrolling, nos quedamos una buena suma de horas en estas aplicaciones. Retenernos durante el mayor tiempo posible es el objetivo de su diseño. No busques tres pies al gato.

Mi ejemplar está ajadito pero querido y muy releído.
La propuesta de Odell es realizar el gesto (hoy ya político) de desplazar la atención hacia el entorno, hacia el momento, hacia el contexto. Negarle a estas aplicaciones el favor de la atención pasiva que le concedemos constantemente y acceder a ellas “como quien abre un libro para consultar algo y después lo cierra”, según me contó la propia Odell en entrevista para Vogue España. “Me niego a pensar que el momento que vivimos y las personas con las que lo compartimos no son suficiente”, escribe. Y no, no es un mantra a lo carpe diem, y tampoco es un texto tecnofóbico. Sí es uno en contra del mandato de la productividad incesante que reclaman las redes mainstream, esa productividad, —monetizable sólo por terceros—, con el que justificamos nuestra existencia. Hago algo, hago muchas cosas, soy una persona de valor.
Por mucho que he defendido (y defiendo) este libro, y por mucho que he recomendado su lectura, advierto una interpretación reciente y muy peligrosa de su mensaje en el marco de las redes mainstream. Una invitación a desconectar tramposa, cacareada y regurjitada desde esas aplicaciones que están desplazando nuestra aproximación activa hacia el mundo que habitamos.
Desconectar como la última trend. Desconectar como gesto que distingue, paradójicamente, la presencia online de las personas cool. Desconectar como técnica para velar por tu salud mental, tu espacio de paz, donde los pensamientos negativos no son oportunos. Cómo no pensar en nada, se podría llamar este hipotético libro. El planteamiento está en las antípodas de Odell, por cierto. Y qué oportuno resulta que coincida con el momento álgido del genocidio en Gaza. Cuando los muertos por inanición se suman por decenas al día. Por favor, no desconectes, despierta.

Ahora mismo, utilizar Instagram es una experiencia desquiciada. Sin más transición que un scroll pasas de un paisaje gazatí que es el infierno sobre de la tierra a un haul de Zara. Llevo mucho tiempo escribiendo sobre tomarse estos espacios con calma, abstenerse de participar en la carrera de éxito que nos propone el monopolio de Meta. Sin embargo, por lo que sea, ahora sí que sí, salirse del círculo se posiciona como trend. Mira, qué oportuno. Ahora que el panorama no es tan bonito. Ahora que el fascismo gobierna países o campa a sus anchas en la esfera digital. Ahora que el impulso de compra se desvanece en el siguiente reel en el que tal vez un niño llora sobre el cuerpo de su madre o viceversa. Ahora que Israel comete todos los crímenes de guerra jamás enumerados, y alguno más que han logrado inventarse ellos. Ahora que Trump secuestra personas a plena luz del día. Ahora que TikTok reescribe la historia de España que conocieron nuestros abuelos. Ahora sí, céntrate en tu entorno, escucha los pájaros, observa los árboles de tu barrio. Ahora sí, habla con tus vecinas, cierra los ojos bajo el sol. Evádete. Desconecta.
Lo de desconectar de las redes se plantea desde la dialéctica de las tendencias, es decir, dentro del mismo marco discursivo del capitalismo de consumo. Lo hacen las prescriptoras con más capital digital, desaparecen y cuando vuelven asomar lo que postean tiene sin duda más valor que si publicasen diez cosas a la semana. Al final, es una técnica más de posicionamiento de marketing que distingue a productos (también personas-producto) premium. Al mismo tiempo, es un gesto que viene con un coste asociado. ¿Quién se puede permitir, verdaderamente, desconectar? No la gen Z de clase trabajadora que lleva redes de negocios ajenos. Tampoco el pequeño comerciante al que han convencido que si no publica dos reels al día nadie llegará a la puerta de su tienda. Es un nuevo gesto que marca una pauta aspiracional en la cadena trófica social. Publicar mucho es cringe, es de looser, es boomer, está out en la lista de propósitos digitales del nuevo curso.
Es el mensaje de Odell entendido a la inversa, tergiversado, desde el más egoísta de las posiciones. Ella hablaba de dotar de propósito nuestras acciones, nuestra atención. No era una invitación a abandonar las redes, sino a utilizarlas con intención. Un reclamo para que nadie nos robe la intención desde la que hacemos las cosas. Ahora, amiga, no es el momento de pajarear. O al menos no pajarees porque te digan que es cool. ¿No eran las redes la plaza del pueblo? ¿Quiere el pueblo hablar de esto o preferiría hacerlo de otra cosa?
Estas líneas no son un clamor a favor de visualizar imágenes de violencia explícita y sufrimiento humano, pero sí es un clamor en favor del contexto. El contexto es siempre el gran desaparecido en nuestros ecosistemas en línea y es lo único que te indica que habitas el mundo real y no una fantasía desquiciada. Tal vez no cabe un análisis sociológico en un reel, ni en una newsletter como ésta, para hacerte entender el mundo en el que vives. El contexto es importante, y lo que sabemos de él lo construimos de manera activa, a base de dirigir y redirigir nuestra atención, nuestra curiosidad e interés, hacia las cosas y las personas. No desconectes, despierta. Podemos apagar la app, pero no es sinónimo de hacer lo propio con la conciencia, la conexión con el mundo. Aprendamos de la brujita Hazel, que sumergía los pies en el estanque en aquella noche de agosto, pero nunca renunciaba a su responsabilidad en el mundo.

Fragmento de La pequeña brujita Hazel: Un año en el bosque. Un libro infantil del que ya os hablé en otra cartita.