Lo que ansiaba el corazón de Catherine Earnshaw

Una teoría poco trabajada sobre Cumbres Borrascosas

Esta carta contiene destripe.

Propuse la lectura de Cumbres Borrascosas, de Emily Brönte, en el club de lectura que dinamizo en Mastodon porque me pareció que podría encajar con la temática de los títulos que solemos tratar. Esto es, sobre todo, una literatura en la que queda intensamente retratada el paisaje en alguna de sus dimensiones. Veníamos de leer Ahora en noviembre, la novela debut con la que la estadounidense Josephine Johnson se convirtió en la premio Pulitzer más joven de la historia. Un libro en el que el paisaje no solo condiciona la acción, sino que insufla aire al espíritu y al desarrollo de cada personaje. La idea de una novela romántica, de tradición gótica, en un paraje apartado del condado de Yorkshire parecía encajar dentro de este marco, en el que han cabido desde Michael McDowell a Julio Llamazares, pasando por Claire Vaye Watkins.

Edición de Cumbres Borrascosas de Crandford Collection, con cubierta rosa, sobre mesa de madera clara. Un rayo de sol impacta sobre ella

Efectivamente, en Brontë el paisaje condiciona incluso la comunicación entre los dos asteroides en el extrarradio de Gimmerton, que son la Granja de los Tordos y Cumbres Borrascosas. La nieve espesa aísla, el verano alienta, la estación húmeda hace enfermar a los personajes. La lucha de los mismos es una lucha por conquistar pasiones, por una dominación sentimental, pero también deja entrever una lucha por la tierra y su posesión, una preocupación por las herencias y un dominio que es también inmobiliario y territorial. Mis preocupaciones sobre si esta era una novela-paisaje se resolvieron con la importancia que cobra la tierra hacia el final. En la última escena, tres lápidas alineadas. Los dos hombres que amaron a Catherine Earnshaw descansan por siempre a cada lado de ella.

Ninguna otra imagen podría hablar más terrestre que esta en toda la novela. Ni los viajes en pony de Cathy Linton, ni las estrategias de Heathcliff para calcular una herencia que arrolla al resto de personas a su alrededor, ni la posesión de fincas, inmuebles o criados. La tierra que cubre tu ataúd, sobre la que cae la lluvia o los rayos del sol, a la que pertenecerás siempre. El hecho de Catherine vaya a compartir ese espacio con los hombres a los que amó, y que en esta forma todos encuentren por fin el sosiego que nunca fueron capaces de cultivar, habla de lo que podría ser y finalmente fue. ¿Podría haber sido de otra manera?

En la prosa enfurecida de Emily Brontë hay un retrato descarnado de la posición social de las mujeres de su época (las violaciones de Isabella y Catherine, por ejemplo), un estudio de la violencia, sus orígenes y canales, también una crítica al sistema de clases, que reluce, más que en los criados, en la figura de Hareton Earnshaw. Hay un análisis de la psique humana en su capacidad para condenarse a sí misma al ostracismo y la anomia, a un purgatorio escogido. Pero también prevalece un deseo que palpita en el corazón de Catherine Earnshaw, una intuición que no cristaliza nunca en el verbo, pero que en esa escena final de las tres lápidas queda más que concluida. 

En vida, Catherine juró que nada ni nadie la separaría de Heathcliff, nunca intentó distanciarse de él realmente. Nunca consideró que un matrimonio con Edgar Linton debiera ser un impedimento al amor de su niñez. Sí sabía que casarse con Heathcliff era poco sensato, y juzgaba que los tres se beneficiarían más de la unión con Linton. Heathcliff no lo entendió. Y cuando reapareció, no lo hizo con intención de plegarse a sus deseos. Linton tampoco cedió nunca al deseo de su esposa de que ambos cultivaran una amistad. Ambos hombres se sentían candidatos excluyentes. Pero Catherine los amaba a los dos, no quería renunciar a ninguno, y ella parecía no terminar de entender qué podía interponerse a esa triple unión. Catherine no era monógama. Era leal y entendía con cuerpo y alma su entrega y compromiso con aquellos a los que quería.

Durante toda la novela, parece que el personaje complejo, de mil matices, es Heathcliff. ¿Lo llevó el racismo y el ostracismo social a esa posición vil? ¿Lo hizo tal vez el desamor? A mí parecer, la verdadera incógnita de la novela está en Catherine Earnshaw, un personaje que se presenta como mucho más sencillo de decodificar, sincero y espontáneo, poco o nada calculadora, más bien víctima de su carácter apasionado. Verbaliza mil veces su deseo de que haya armonía entre los tres, su voluntad de no renunciar a ninguno de sus dos enamorados, sin llegar a decir abiertamente que ella ve algo, una posibilidad, que se le está escapando al resto. ¿Cómo pudo Emily Brontë albergar este personaje dentro de ella? Es la parte que me gustaría comprender.