Archivo: Mamma no, no mamma

Esta carta fue publicada a través de tinyletter el 15 de julio de 2022

Esta es una carta de archivo que sentía que necesitaba recuperar. La maternidad me dejó en un lugar incómodo, y quienes me leéis desde hace tiempo en estas cartas sabéis que llevo los últimos cinco años hablando de ello a ritmos erráticos e irregulares. Tal vez porque hablar de maternidad en público te encasilla rápidamente como una escritora-madre. Tal vez porque entiendo la maternidad como una experiencia tan múltiple y cambiante que cualquier relato que la universalice me hace entrar de puntillas. La mía es una incomodidad que no tiene tanto que ver con la condición de madre en sí, ni con mi relación con mi hijo, sino con las expectativas que se trasladan desde fuera.

Lejos de estar refiriéndome al impacto que sobre mí hayan podido tener entornos más tradicionales y conservadores, con los que no suelo tener contacto, quiero hacerlo sobre los contextos activistas y feministas, que en la última década acogen discursos sobre maternidades que a veces parecen más abnegadas y sacrificadas que los de la generación de mis abuelas. Siempre se ha dicho que la maternidad y la crianza están secuestradas por una comprensión conservadora y machista de la familia, nunca me ha quedado claro que los nuevos modelos de crianza respondan a una pretensión por liberar la carga del cuerpo y la mente femenina, que se rebelen contra los roles anclados en el género. Al menos yo no he encontrado un lugar para mi maternidad en el contexto actual, y ya me duele.

Una mujer con la que trabajé y a la que admiro muchísimo me dijo ya en el año 2020, en la redacción, que nombrar un solo modelo como crianza con apego o crianza respetuosa era injusto porque en qué lugar dejaba a las demás experiencias. ¿En el desapego? ¿En la falta de respeto? Esa idea se quedó conmigo y le estoy tremendamente agradecida por ello, tanto que no he dejado de hacerme eco de ella en conversaciones con mi entorno. (Tal vez algunas que me leéis ahora diréis “aquí va otra vez”). Quiero decir que son etiquetas que excluyen, que están muy connotadas en términos morales, por lo que todas queremos acogernos a ellas, y eso traslada muchísima presión desde el lenguaje a las prácticas materiales de crianza. No he dejado de advertir que estas etiquetas, además, se asocian a menudo a servicios y productos de consumo, lo cual me preocupa especialmente porque, además de la presión sobre personas que no pueden drenarse más, se convierten en un chantaje también económico, y eso me enfada. Perdón por repetirme con los mismos términos desde hace años, pero era necesario para mí.

Soy consciente de que, en el último año y medio, mi voz está débil. El genocidio en Gaza ha afectado a mi presencia en redes, tan crucial como periodista freelance. También como freelance he tenido que tomar decisiones que me restan tiempo para el trabajo editorial que tanto me apasiona, me he visto obligada a descompensar en mis prioridades el lugar que me gustaría que ocupase mi trabajo creativo. El fascismo rampante de Elon Musk hizo que eliminase mi cuenta de X, el lugar más público en el que he compartido mis ideas, también las de maternidad. Así que mi voz es irrastreable últimamente, y por eso te agradezco que estés aquí. Me gustaría hablar, en el futuro cercano, más de este tema. Pero es delicado. Creo en una ética de trabajo que tal vez no es realista ni práctica para sobrevivir en los tiempos del capital digital. Me he quemado mucho muy rápido, y al hacerlo he descuidado muchas cosas que son más importantes de lo que me gustaría. Tal vez por eso quiero recuperar estas cartitas. Disculpa si me repito. Soy muy repetitiva. No tengo mucho tiempo para escribir, así que quiero cuidar y proteger lo poco que escribo y comparto, aunque sea bien viejito.

Captura de pantalla de sim embarazada pintando un lienzo en un cocinaa

El tema del trabajo creativo cuando la realidad aplasta.

Quiero decir una última cosa sobre maternidad antes de compartir el texto. Es algo que he repetido mucho a mis amigas cercanas, pero que tal vez no me he visto con fuerza y valor para reverberar fuera. Y como se trata también de que esta voz de madre que trabaja y sobrevive de su trabajo editorial no se pierda, pues tal vez sea su momento. Creo que las personas que se convertirán en madres, bajo las ideas que antes conocíamos, pasarán a ser una minoría. Creo que lo somos ya. Pienso mucho en esto cuando se traza en el suelo la línea dicotómica entre madres y no-madres. Esa mujer en la veintena, o en la primera mitad de la treintena, que se convierte en madre, ha pasado de ser prácticamente un imperativo social a una minoría. Y yo, personalmente, siempre me alegraré de que ninguna persona se reproduzca por imperativo social. Me alegro de que haya suficientes medios y recursos para evitar o terminar embarazos no deseados. Ahora, ser una minoría implica siempre una deformidad en la representación social, cultural, mediática. No es ninguna idea nueva bajo el sol. Hay un discurso ahí fuera a favor de crear ghettos sociales de madres que me preocupa bastante. El apoyo mutuo es fabuloso, pero sostener es un deber colectivo, y se nos está disipando esta idea al hacer de la maternidad un muro respecto al mundo que nadie tiene interés en traspasar, ni desde un lado, ni desde otro. Se nos está disipando y no tenemos tiempo ni de decirlo bajo esta presión que, como señalaba recientemente Noemí López Trujillo en Newtral, se manifiesta a través de las redes sociales en forma de una carrera de expectativas irreales. Ser la mejor madre-psicopedagoga. Ser la mejor madre-nutricionista. Ser la mejor madre-animadora cultural. ¿Dónde está la estructura en la que descansar parte de este trabajo? ¿O el entorno en el que descansar nuestra migraña al final del día? Nuestras amigas son el puente hacia nosotras mismas para no perdernos en esta metamorfosis cuyo poder transformador no es siempre voluntario ni consecuencia de la maternidad.

Con 28 años a mí no me apetecía buscar nuevas amistades a las que me uniese la experiencia de la maternidad, como hacen otras personas, por eso insistí en vincularme por las mismas motivaciones que antes de tener un hijo. Mi entorno es de mi edad, mi entorno siempre ha sido bastante reivindicativo, mi entorno siempre ha sido bastante queer, no me apetecía de pronto cambiar nada de esto. Sí, he sumado nuevos tipos de relaciones sociales. Sí, la maternidad me ha traído desplantes de las personas en las que confiaba a veces. Pero soy una persona de lealtades y sigo insistiendo. Insisto en comunicarme y en expresar a mi entorno porque no he cambiado yo, sino mis circunstancias, y quiero ser acogida de la misma manera que antes. ¿Tiene sentido todo esto? Espero que sí. Sigo creyendo en la cooperación. Sigo agradecida a les amigues que han entendido la excepcionalidad y han seguido siendo sensibles a la esencia. Sigo agradecida por los puentes, por la oportunidad de escucharnos y sostenernos, más aún en momentos como éste.

Toc. Toc. ¿Estás ahí? Traigo café.

No soy una madre guerrera con el cuerpo pintado de colores. No me encuentro en los destellos de las metáforas sobre la lactancia en las que hay raíces y estrellas. Admiro el coraje, los dientes, el cuerpo convertido en una barricada contra el engranaje del sistema a plena luz del día, pero temo a los esencialismos y a sus colas voladoras que cuando defiendes el cuerpo excluye a otro cuerpo, que cuando defiende el gesto olvida a otros gestos. El sistema e incluso el feminismo actual me ha enseñado que la maternidad va de fronteras, y es lo contrario a lo que necesitaba aprender y ya lo siento.

Tampoco soy una madre cansada, una mala madre, una madre cabreada, una madre demasiado desobediente, ni una madre arrepentida. Lo que soy es una persona en un páramo desierto, bajo los rayos abrasadores del sol. La palabra madre me parece una prenda de ropa gruesa, vencida, vieja, víctima de mil usos y manoseos. No es mía, me queda grande, no me define, no define mi relación con mi cuerpo, con mi autoestima y, lo que es peor, no se acerca a describir remotamente la relación con mi hijo.

Me sirve tanto como los trastos viejos que te dan otras personas cuando te conviertes en madre. Objetos que no tienen nada que ver con tu vida, con tu idea de crianza, que no encajan en los recuerdos que tejerás meses después. Objetos que molestan.

La palabra madre me molesta. La palabra mamá, aún más, si quien la dice no es mi hijo. Es un molde que constriñe mi piel. No encuentro reflejos en esos espejos. En esas palabras cursis, en toda esa culpa. No encuentro reflejo en la superioridad moral que se destina contra las no-madres, porque las llaman así, no-madres, definidas por oposición, vacías de una esencia, mientras la esencia misma se define con precisión matemática y a la vez contradictoria en sus escrituras, dejando a las madres fuera. Si existen las madres no-madres creo que soy una de ellas.

Porque no acudiré al río. No me bautizaréis. No entiendo vuestros mapas porque señalan caminos e ignoran los márgenes. La maternidad de mujeres sin útero que cuidan, la maternidad que desafía al género y al sistema, la maternidad incomprendida por el algoritmo de Instagram, la maternidad que cabalga sola porque no tiene otro remedio. Porque estos relatos son estrechos, maniqueos y opresores todavía. Porque el lenguaje enjuicia y hace daño. Juzgando en base a las posibilidades y a las intenciones de las demás, que son las iguales.

Nunca necesité más comunicación honesta que en el momento en el que tuve un bebé. Nunca miré a mi alrededor y vi mayor vacío tampoco. Los relatos que se dicen feministas de la maternidad todavía están llenos de juicio, de polémicas vacuas entre posiciones tan antagónicas que son casi caricaturas.

Mientras, los páramos están llenos de caminantes solitarias que os regalamos la palabra, madre, que tanta ferocidad habéis dedicado a definir. Abandono el camino, me quedo en el margen. Olvidad que estoy aquí.

La postdata del autobombo siempre será breve. Es un momento tenue para mi voz, pero creo que esto os va a gustar, y pega mucho con el tema de hoy.

Por último, y como este post va de maternidad pero también de que no se apague del todo el sonido de mi voz, quiero contaros que sí que existo en Instagram @albacorrea_ y en Mastodon [email protected] Nada de lo que escribo tiene sentido para mí sin conversación. Os espero.